domingo, 28 de mayo de 2017

Isaac Pachón: “Muchas veces busco que el lector se ponga en la piel de niño y sea inocente”

Cronómetro de Récords entrevista al autor de 'Cosas que escribí mientras se me enfriaba el café' y 'Buscando el lado frío de la almohada'

Isaac Pachón tras la entrevista. Foto: Toni Delgado.

Siempre le digo a Aitor, un muy buen amigo, que sobreviviría en la selva con un taparrabos. Isaac Pachón (Badalona, 1978) tampoco necesitaría más prendas en un espacio tan salvaje porque remueve cielo y tierra para luchar por lo que siente. Y él se siente, y es, escritor. Un escritor que se gana la vida como instalador de pavimentos ligeros y de vinilo y suelos de parqué, y con otro compañero hizo el túnel del vestuario del Camp Nou, de caucho: “Mientras coloco tarimas y pinto pistas deportivas, mi cabeza está creando
historias”. Isaac Pachón es un escritor que se autoedita: “Los libros autoeditados tienen un estigma porque muchos libreros no los aceptan y se los juzga de antemano, algo que no pasa con los de editoriales”.

Habla como escribe: con sencillez y sin gestos exagerados, y se nota que sus padres le inculcaron ser agradecido. Responsable del blog El blog de Isaac Pachón, el entrevistado trata de romper las barreras de la autoedición cuidando el mínimo detalle y apostando por un trabajo en cadena de calidad. Está a punto de agotar la sexta edición de Cosas que escribí mientras se me enfriaba el café, su primer libro y la excusa para aparecer en medios como Qué Leer, RNE, Cadena SER Catalunya o Televisió de Badalona. Acaba de publicar el segundo, Buscando el lado frío de la almohada, de prosa poética y que presentó el jueves en la librería barcelonesa On the Road con una almohada blanca. Cronómetro de Récords le llevó una con franjas verdes y le encantó posar con ella. “Para el próximo libro tendré que optar por un objeto más pequeño...”, bromea.

—¿Te gusta el silencio?
Me gusta la paz, y puede haberla con música. Sí que me molestaría esta especie de grapadora gigantesca que está sonando en la cafetería...

—Soportamos más ruido del que somos conscientes.
Sí, y más en la gran ciudad. Aunque no me iría a un pueblo porque allí hay menos substancia para encontrar la imaginación.

—¿Cómo se cuida la imaginación?
El truco está en no dejar de ser niño. Se puede madurar y conservar el alma infantil. De hecho, los mejores cuentos los escriben los niños. La imaginación del adulto está contaminada.

—Por tus textos, te imagino de pequeño leyendo a escondidas debajo de las sábanas y con la linterna.
No lo hice porque me costaba leer mucho. Tendría 10 o 11 años cuando leí mi primer libro, El lago de los ensueños, de Juana Spyri, la autora de Heidi. Sí que jugaba con una linterna debajo de las sábanas como si fuera un explorador en una gruta subterránea. Todo mi mundo niño se refleja en el adulto. No tengo miedo a la oscuridad, pero cada mañana cuando me levanto pienso que al final de mi pasillo, de unos cinco o seis metros, habrá alguien. Y molaría.

—En el fondo, te gustaría ser el protagonista de tu propio cuento real.
Sí, pero pudiendo parar el relato cuando se me fuera de las manos. Ahí me supliría el protagonista suplente, el encargado de las escenas de riesgo.

—Respetas mucho a los personajes secundarios.
Cierto. Son los grandes tapados. Mi filosofía de vida se la robé a un gran personaje secundario, Luis Cuenca. Su objetivo vital era llegar al final mirando hacia atrás y comprobando que había sido feliz. De lo contrario, no se lo perdonaría jamás.

—En tu primer libro, Cosas que escribí mientras se me enfriaba el café, escribes: “Se acabó para ti, yo continúo”. Otra actitud vital.
Hay que escuchar y valorar los consejos, pero muchos son pesimistas y no podemos dejar que nos contagien.

—¿Te sientes un poco indestructible?
Para nada. Soy como una figura de tente que se desmorona y se vuelve a montar. Estoy en una lucha interna constante entre lo que socialmente se puede hacer o lo políticamente correcto y lo que quiero hacer. Lucho por ser feliz.

—La aspiración de gran parte de tus personajes de tu primer libro.
Sin darme cuenta tienen mucha parte de mí.

—En tus relatos tienes un gran respeto y admiración por las personas mayores. ¿Hablas mucho con los abuelos y abuelas?
No soy un gran conversador. En mis historias plasmo lo que me gustaría hablar con las personas mayores. Observo mucho a la gente y me fijo especialmente en cómo se comporta la mayor. Muchos de mis abuelos literarios son el reflejo de lo que quiero o no ser de mayor.

—Hay muchos personajes que guían al principal.
El libro se lo dedico a mi abuelo, Salvador Zamora, que murió en 1991, con quien pude compartir poco tiempo. He cambiado mucho desde los 11 años, cuando mi abuelo creía que yo era muy cabezota y que no se podía hacer nada conmigo. Es mi  ángel de la guarda, me acompaña siempre y me motiva. No soy creyente, pero sí creo en esas cosas que te sirven de colchón, de impulso para tirar hacia adelante.

—¿Escribir te ha ayudado a no ser tan tozudo?
La escritura, la experiencia y la vida me han hecho mucho más flexible. Las cosas no se pueden hacer únicamente de una forma y no siempre tú tienes la razón.

—¿Tu amor por el café te viene desde jovencito?
Desde los 20. Mi jefe de entonces se lo tomaba muy rápido por las mañanas y estaba deseando que llegase más tarde, ya que a veces se dormía, para poder disfrutarlo de verdad. Sabía que, si el jefe venía a su hora, mi café no se iba a enfriar… Porque no iba a durar nada.

—Valoras los momentos, sobre todo contigo mismo.
Sí, sí. Esa paz. En ese momento en el bar no había silencio, pero en mi interior sí. Antes de empezar a trabajar me encanta tener mi momento. Cuando viene alguien y se toma el café conmigo, me fastidia ese instante. 

—La substancia de Cosas que escribí mientras se me enfriaba el café es hablar de cosas cotidianas como si fueran extraordinarias. Porque lo son.
Tal cual. Seguro que en esta cafetería hay magia: sólo habría que investigar. Y si no la hay, nos la inventamos. De eso va la vida.

El entrevistado dedicando uno de sus libros. Foto: Toni Delgado.

—En general, los finales de tus relatos sorprenden, como el de El prisionero, Caroline...
En mi primer libro juego mucho con los prejuicios. En mi trabajo veo que la gente no trata igual a alguien con traje y corbata y a otro con casco y un peto fosforito de obra. Me gusta llevar eso a mis historias. En el caso del camarero y el tipo trajeado que entra en la cafetería, todos creemos que el ligón, quien quiere invitar a Caroline, es el tipo del traje. Y, sin embargo, el gran tapado, el secundario, es quien lo hace.

—Los tapados son mucho más interesantes.
Quizás soy un tapado y de ahí mi obsesión por los secundarios.

—Te gusta impartir justicia cuando escribes.
Sí, o por lo menos, la mía.

—¿Cómo se empatiza con los personajes sin dejar de respetarlos?
La clave está en caricaturizar al personaje con gusto y desde el respeto, sin llegar a ridiculizarlo.

—“Historias con un principio y un final, aunque esto último está por ver. Con tramas que intentan tocar esa parte tierna que se esconde en cada uno de nosotros”, defiendes en la introducción de Cosas que escribí mientras se me enfriaba el café. ¿Intentas que el lector sea más vulnerable?
Sí, que se deje llevar. Muchas veces busco que se ponga en la piel de niño, sea inocente y no vaya a buscar el truco. Por favor, no miremos si el mago corta o no a la chica en tres partes...

—Tu estilo es sencillo y concreto.
Ésas son mis armas. No podría hacer otro tipo de escritos porque no sería yo. Hago algo que para mí resulte divertido y sencillo de escribir, y entiendo que al lector le llega ese mensaje.

—En tu relato Los libros que nadie quiere el niño protagonista admira a Gary Lineker. Me sorprendió que no se fijase en Luis Aragonés… Eres muy del Atleti.
Me gusta inventar y si hablo de mí, nunca le pondré Isaac al personaje. Sí es cierto que ese chaval tiene mucho de mí de pequeño… Porque entonces, y eso no lo pongas, era del Barça. Yo nací del Barça.

—¿Pero por qué no puedo contarlo?
Sí puedes, hombre. [Nos reímos]. En 1987 o 1988 me cambié de equipo. Cada finde de semana merendábamos con mi tío, muy del Atleti. En el colegio casi todos eran del Barça, aunque también había del Espanyol, Madrid, Valencia... Como no destacaba en el colegio, quise ser diferente. Hacerme del Atlético no me ayudó a ser diferente, pero me marcó. Te ayuda a saber que puedes perder y a que tienes que volver a construirte. Quizás otros pierden una final y tardan años en recuperarse. El Atlético es un equipo grande y no entiendo a los jugadores que quieran irse. Se van a arrepentir cuando se ganen más títulos. Allá ellos. Otros lloran cuando renuevan. El relato se sitúa en el Mercat de Sant Antoni, en Barcelona, y no tendría mucha lógica que el niño fuera del Atlético. Además, tampoco quiero que se me vea como un personaje en mis relatos.

—Antes decías que en el Cosas que escribí mientras se me enfriaba el café había muchos prejuicios. Rescato una de tus frases: “Vaya, que la pareja que has visto pasar no es lo que tú crees, sino lo que ellos creen”.
Sí, es la experiencia del señor Damián. La chica está cañón, es un bombón, y él no vale un duro físicamente, pero ella se ve de una forma y él, de otra. El aspecto físico no se puede cambiar, pero mentalmente tenemos mucho poder. Podemos atraer mucho a las personas con lo que pensemos de nosotros.

—“Doy vueltas y más vueltas buscando el lado seco de la almohada”, escribes en la segunda frase del relato Bernard et Julien. ¿El Buscando el lado frío de la almohada surgió de esta historia?
Pues no recordaba que esa frase estuviese en el primer libro. Bernard et Julien es una historia de amor oculta. Este relato lo publiqué en su momento en mi blog y, como hacía con el resto, lo publicité en redes sociales con un subtítulo. Algo así: “O cómo decirte que te quiero sin que estés aquí”. Creo que encontrarte un mensaje de alguien que ya no está debe ser algo maravilloso. Creo que tenemos que jugar a eso. Eso es la vida.

—Hablas de los dos lados de la almohada. ¿En cuál te sientes más cómodo?
El frío es el seco y el caliente, el húmedo, de sudor. Quizás en el Momento Café los pensamientos son más optimistas, y en el Momento Almohada, más pesimistas. Los malos momentos, generalmente, me han venido de noche. Sabes que los problemas están ahí, pero no te preocupan hasta que te metes en la almohada y empiezas a pensar, y esa almohada se empieza a calentar. Le das vueltas y nada, el lado frío se vuelve caliente, el caliente, frío... 

—La almohada es casi coprotagonista del libro. 
Es tan importante que me ha regalado un libro. Los dos salimos en la portada, pero a mí no se me ve casi. Lo he escrito yo porque ella no puede. 

—Entiendo que la almohada tiene nombre.
No. Porque creo que es un símbolo. Todos tenemos nuestra almohada, y Almohada es suficiente. En un libro de Care Santos al gato le llaman Gato. Tiene carácter como para no tener nombre propio.

—¿Sueles tener insomnio?
Suelo dormir bien, aunque he pasado por momentos en los que me ha costado dormir, y los he aprovechado para escribir. El Buscando el lado frío de la almohada ha sido totalmente nocturno, ha surgido de momentos en los que no podía dormir  o no quería hacerlo para poder escribir. El Cosas que escribí mientras se me enfriaba el café salió, en general, por las tardes.

Isaac Pachón. Foto: Toni Delgado. 

—Defiendes que el peor amor platónico es el que llega a ser correspondido en algún momento y acaba mal. Pero entonces deja de ser platónico. 
Lo malo es cuando la distancia es tan grande que casi borra el camino y parece que no exista, con lo que vuelve a ser platónico. Creo que mucha gente se verá reflejada.

—¿Le irá bien a alguien que haya vivido una ruptura hace poco?
Creo que se refleja un desamor conformista y que perdona. Una postura positiva dentro del mal trago que supone que alguien no te quiera. Tienes que vivir tu luto el tiempo necesario. Si les hace más mal que bien, les recomiendo que dejen el libro un tiempo, pero que lo vuelvan a leer con la herida  curada. Seguro que lo verán otro punto de vista.

—¿El desamor te ha hecho más escritor?
Sí, y le he sacado partido. El resultado es Buscando el lado frío de la almohada.

—Eres miembro de la asociación de escritores P.A.E. (Plataforma de Adictos a la Escritura).
Somos una docena de escritores de diferentes géneros y editoriales unidos para tener más fuerza, fomentar la literatura independiente y presentar nuestras novelas en ferias del libro. También organizamos talleres y mesas redondas en las librerías. Es nuestra forma de hacernos ese hueco en mundo dominado por las grandes editoriales.

—Y los grandes libreros.
También te cierran puertas. Por eso en Plataforma de Adictos a la Escritura invitamos a otros autores que creemos que nos pueden aportar mucho a nosotros y a quienes nos siguen.

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